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Quiero homenajear Santos, quien me acogió y me adoptó.
Cuando llegué aquí, tenía solo dos añitos. Santos es así: tiene una playa de ocho kilómetros ajardinada en toda su extensión, mucha arena y olas pequeñas. Cuando llega el invierno (si llega), dura poco, porque el Sol aquí es el rey y no admite tristeza, y eso causa en el pueblo una sensación de fiesta continúa.
Todos los días en los bares de toda la ciudad hay alguien celebrando alguna cosa. Los fines de semana se unen a nosotros todos los vecinos de las ciudades de la meseta brasileña.
Aquí no hay confinamiento de la tercera edad, no existen viejos, aunque la ciudad concentra la el mayor número de población anciana del país.
En los bares, pubs, restaurantes, gente de todas las edades se mezcla.
El fenómeno se refleja en la playa: jóvenes, otros no tan jóvenes, y ancianos practicando deporte juntos, caminando, corriendo o estirados en una silla de playa, disfrutando de la relajación con un poco de cachaza, limón e hielo... ( nuestra “caipiriña”).
Cuando el Santos FC, el equipo de futbol de la ciudad (el de Pelé) gana, todo el mundo lo comenta.
Todo el mundo no, admito que existen algunos desafectos que siguen a otros equipos.
Cuando el Santos FC, pierde, todo el mundo comenta, en especial los desafectos. Ciudad portuaria nos sentimos orgullosos de tener el mayor puerto de toda América latina.
Gran parte de los residentes viven directa o indirectamente del puerto.
La riqueza del país, fluye por aquí embarcando y desembarcando en navíos de todo el mundo.
Cuando hace un frío que pela, 15 grados, en el mes de junio, el santista presumido corre a ponerse su chaqueta de moda, bufanda, guantes y desfila orgulloso en los bazares de invierno, especie de ferias de caridad que sirven caldo verde y chocolate con churros.
Santos es así: deliciosa, juguetona, bien humorada, y yo tuve la felicidad de asentarme aquí y de enamorarme.
¿Por qué no vienes a hacernos una visita?